Últimamente se nota la tendencia de despreciar la profesión de taxista. Con la llegada de Uber, Cabify y otras apps conseguir el puesto del taxista se hizo superfácil. Para empezar a trabajar de conductor es suficiente tener el carnet de conducir, un año experiencia y el Certificado de antecedentes penales. Además, no hace falta prepararse y aprobar el examen del permiso municipal del taxi. De esta manera la ocupación poco a poco se convierte en el trabajo de inmigrantes, que no requiere habilidades especiales y lo puede hacer cualquier persona. Con más frecuencia podemos escuchar o leer los comentarios que desprestigian, minusvaloran la profesión y ofenden a los mismos taxistas. Pero yo siempre digo que lo importante no es lo que haces sino cómo lo haces.

    Respecto a lo antedicho recuerdo una historia que he leído en una página web, que ahora ya  no puedo nombrar exactamente la fuente original, pero me parece que es una de las historias que vagan por Internet. No obstante, con este breve relato pretendo mostraros el significado de un oficio que a primera vista parece ser poco importante. Voy a relatarlo en la primera persona, intentando reproducir el sentido y ánimo de la situación...


La imagen es de carácter ilustrativo 

de Gerd Altmann del sitio Pixabay

“Nueva York.  Mi jornada laboral ya estaba por terminar y, saboreando el momento cuando yo iría a casa a cenar con mi familia, recibí un pedido más. La ruta no era muy larga i decidí realizar este viaje como el último del día. Llegué a la dirección del cliente, que era un edificio viejo, muy elegante, lleno de historia. De la casa salió una anciana pequeñita de al menos 90 años con una sola maleta muy pequeña. Le ayudé a subir al coche y coloqué su maleta al maletero. Ella me dio una tarjeta con el destino y pidió que condujera por el centro si era posible. Le propuse la ruta más corta a lo que me contestó que no tenía prisa. Nos dejamos atrás los edificios, la anciana me mostró la escuela de bailes que visitaba cuando era pequeña, la casa de sus padres, una oficina donde trabajaba la mitad de su vida, un bar donde se conocieron con su marido, pasábamos por lugares donde me pedía detenerme. Yo apagué el contador. Recorrimos toda la ciudad andes de que me dijo que ya estaba cansada y que teníamos que irnos. Llegamos a la dirección, que era un asilo de ancianos. Le ayudé a bajar del taxi y la llevo hasta la entrada. Cuando preguntó cuanto me debía, contesté: -  Nada. Al despedirnos me dijo: “Le habías regalado unos momentos de felicidad a una anciana”. Ella entró al edificio y tras ella se cerró la puerta, era un                                                                                     sonido del cierro de una vida más.”

    

    He pensado que este taxista podía estar muy cansado, irritado, podía tener prisa e ignorar los “caprichos” de esta mujer. Y ¿cuántas situaciones más pueden pasar desapercibidas: recogí a un hombre que llegaba tarde en una reunión muy importante y a una chica vestida elegante cuando llovía, llevé a los niños a la escuela cuando sus padres estaban trabajando y a un joven a casa después de la velada . En nuestra vida nos concentramos en las cosas grandes e impresionantes, minimizamos los momentos tranquilos y acciones pequeñas, subestimamos nuestros oficios y nuestras vidas. Pero creo que todo cuenta, cada persona, cada profesión, cada acción más pequeña. 

 

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